Lamentablemente ocurrió … Una vez más la vida nos sorprende y nos arrebata aquello que parecía imperecedero; de repente, por sorpresa, o en un proceso degenerativo muy rápido con un desenlace fatal; otras veces consecuencia de la edad o de enfermedades prolongadas.
Esta vez nos ha tocado a nosotros sufrirlo de cerca. No nos debería de sorprender puesto que el fenómeno de la muerte le ocurre constantemente a miles de personas todos los días. Sin embargo, la vida transcurre normalmente y vivimos ajenos a esta circunstancia hasta que nos llega, a través de las personas más queridas.
Sentimientos profundos afloran; nos pesa la ausencia. Los recuerdos de los momentos vividos con esas personas adquieren una fuerza y un vigor del que no éramos conscientes hasta ese momento fatídico. Parece que producto de una injusticia, se nos arrebata algo de una forma que nunca debería de ocurrir, no obstante, ocurre.
Es entonces cuando nos surgen preguntas en nuestro interior: ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? … Hay un pensamiento del Dalai Lama muy interesante: “Los hombres viven como si nunca fueran a morir, y mueren como si nunca hubiesen vivido”.
Los preconceptos y costumbres sociales, el materialismo, y sobre todo una educación religiosa basada en unas tradiciones heredadas del pasado, nos empujan a una concepción de la otra vida muy vaga, subjetiva, que alimenta el dolor, el vacío y la convierte en algo desconectado de la realidad que vivimos.
Pero volvamos a las preguntas: ¿Qué hay después de la muerte? La razón repudia, aunque sea de una manera más o menos consciente, un cielo o un infierno; algo que ya flexibiliza y hasta relativiza la propia religión, sin embargo, no nos aportan respuestas convincentes; más bien al contrario, siguen fomentando una fe dogmática, conformista, cerrada a otras posibilidades que puedan abrir otros caminos.
Según esta forma de pensar, Dios está en un Cielo con ángeles; también con los que han sido buenos; los malos, más pronto o más tarde también son perdonados… viviendo todos juntos, disfrutando… no se sabe muy bien de qué. Seguramente en un estado de ociosidad perpetua, pues la misión de ayudar a los vivos sólo lo pueden hacer los santos y los ángeles; los demás… no se sabe dónde están y que hacen; según dicen, “disfrutando de la presencia de Dios eternamente”… Obviamente estas ideas allanan el camino a los materialistas e incrédulos.
Seguramente en el pasado estas creencias podían ser suficientes para un pueblo acotado en su libertad de pensar; la mayoría confiado, conformista, ignorante; sin fácil acceso a la información y a otras ideas diferentes a las establecidas. En pocas palabras, no existía libertad de culto ni de pensamiento, so pena de castigo severo. Sin embargo, hoy día no tenemos excusa. Los límites nos los autoimponemos nosotros, somos libres para razonar. No podemos negar por negar, ni rechazar, a priori, por el simple hecho de que no esté aceptado por una mayoría social.
Debemos pues ampliar horizontes, perspectivas, afrontar una nueva visión de la vida y de la muerte que nos saque de las falsas ideas sustentadas en el pasado, para que nos acerquen a una realidad más lógica y comprensible, rechazando la idea pesimista y lúgubre de la pérdida definitiva de los seres queridos, porque según pensamos millones de personas en todo el mundo, no es un adiós definitivo; en realidad es un “hasta luego”.
La muerte, cuando no es autoprovocada, puede ser una liberación, como la mariposa que sale del capullo para volar, libre de ataduras físicas que lo limitaban extraordinariamente. Es el alma que vuela feliz o desdichada (depende de su estado interior); pero con esperanza, enfocada hacia nuevos retos; también al encuentro de los que se fueron con anterioridad. El cuerpo pasa a ser un ropaje desgastado e inútil, ha sido la envoltura momentánea; porque; ¿qué es acaso una vida física? Un momento en la eternidad, un suspiro, una vivencia llena de experiencias, con sus aciertos y sus errores. La muerte es el final de una etapa, es pasar página para vivir la verdadera vida, sin limitaciones; tan sólo las propias, según nuestro grado de evolución.
Sin duda, existe un conocimiento espiritual, especialmente el que nos proporciona el espiritismo, que nos aclara como nadie todo lo que es el proceso de la muerte:
“En el momento de la muerte, al principio todo es confuso. El alma precisa de algún tiempo para reconocerse. Queda como aturdida, en el estado de un hombre que sale de un profundo sueño e intenta comprender su situación. La lucidez de las ideas y la memoria del pasado vuelven a ella a medida que desaparece la influencia de la materia de la cual acaba de desprenderse, y a medida que se disipa esa especie de bruma que oscurece sus pensamientos” (¿Qué es el Espiritismo? Capítulo III. Ítem 145).
En todos los casos, la oración sentida, de corazón, les es de una gran utilidad para facilitarles el tránsito.
Una vez recupera el alma esa lucidez de la que nos habla la doctrina espírita, podríamos compararlo con lo siguiente: ¿quién no tiene algún familiar viviendo fuera? Bien porque esté de viaje, o porque trabaja en el extranjero, etc. Todos tenemos la certeza de que en este mismo instante están haciendo algo: durmiendo, trabajando, viajando, descansando, hablando con alguien, estudiando, etc. Esto es una realidad común que nadie cuestiona. Pues bien, ¿Quién nos puede negar que, pasado un tiempo y una vez adaptados a su nueva vida, los seres queridos fallecidos no estén desarrollando alguna actividad, ahora mismo, en la otra dimensión? ¿O que quizás, estén a nuestro lado, ayudándonos en nuestro progreso espiritual? En ningún caso se difuminan en el infinito… Reflexionemos sobre ello.
Definitivamente, estamos de paso por la vida material. Todas las formas físicas se deterioran y se transforman con el tiempo, la vida se renueva a cada instante. Por otro lado, una fe sustentada en la razón y en los hechos comprobados sobre la inmortalidad del alma, nos pueden aportar seguridad en la otra vida; nos ayudarán a comprender que la vida y la muerte forman parte de un proceso natural necesario; y nos traen también el consuelo de saber, con absoluta seguridad, que volveremos a reunirnos con los seres queridos fallecidos; que la vida espiritual es la auténtica, y es la que nos permite mantener esos lazos de afecto y amor, más allá del espacio y el tiempo.
Concluyamos estas reflexiones con los siguientes consejos: ¡Atrevámonos a pensar! ¡Perdamos los miedos! Busquemos respuestas porque las hay. La vida no puede ser una corriente que nos lleva por un laberinto imposible, sin un porqué y para qué. Por cierto, hay investigaciones científicas que corroboran esa realidad espiritual de la que hablamos, y una doctrina, como es la espírita, que explica con claridad el por qué y para qué estamos aquí. Solamente hace falta primero, despojarnos de los prejuicios instalados en nuestro interior, para después, ya con una mente abierta, encontrar las respuestas lógicas que nos ayuden a encajar las múltiples piezas que unen armoniosamente esta vida material con la otra, que es la verdadera.
Redacción de Hogar Fraterno.
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