La Pandemia Silenciosa

Se le denomina “la pandemia silenciosa” a un problema social que nos golpea día a día en todo el mundo; nos estamos refiriendo al suicidio.

Los datos son alarmantes y no dejan de crecer cada año. Durante el año 2022, las cifras en España ascienden a 4.097 personas que se quitaron la vida, un 2,3% más que en el año 2021, y con un aumento significativo entre los menores de 20 años. Son los datos aún provisionales del INE (Instituto Nacional de Estadística). A nivel global, y según la Organización Mundial de la Salud, más de 700.000 personas mueren por suicidio cada año en el mundo. Es decir, uno cada 40 segundos. Este problema, además, es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años.

Todo ello está ocurriendo sorprendentemente mientras vivimos la era tecnológica y científica más avanzada de la historia, y que nos proporciona un mayor bienestar. Este siglo XXI se caracteriza también por las facilidades de que disponemos para relacionarnos a nivel global y un acceso a la información como jamás hemos tenido. Sin embargo, esto no es suficiente para evitar el que muchas personas se debatan en una angustia existencial que les induzca a tomar decisiones fatales, y que les arrastren a un abismo aún más desolador, como es el quitarse la vida.

Sin duda, es la peor decisión que puede tomar el ser humano, se mire por donde se mire. Desde el punto de vista espiritual, de la realidad inmortal del Espíritu, sabemos que la vida continúa; de ese modo, los problemas y las angustias no se diluyen con la muerte física, sino que se agravan muchísimo.

El Espiritismo que es la doctrina dictada por los Espíritus nos habla claramente de ello. Concretamente en la obra El Cielo y el Infierno de Allan Kardec, recoge, en la segunda parte de la obra, testimonios de Espíritus desencarnados explicando sus sensaciones, tanto en el instante mismo de la muerte orgánica como después, en ese tránsito a la vida verdadera. Entre los diferentes casos, hay un apartado especial para los suicidas con sus variadas problemáticas, donde narran sus desagradables experiencias a través de las comunicaciones con diferentes médiums. Capítulo que merece la pena leer porque es altamente instructivo. Además, y esto es lo interesante, son coincidentes con los testimonios de algunas personas que han sobrevivido a un intento de suicidio, viviendo una experiencia extra física.

Precisamente, en las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM), las personas que han superado un intento de suicidio y han vivido una experiencia de este tipo, suelen coincidir que el panorama existencial al que se enfrentan es mucho peor después; porque se sienten “muy vivos”, pero con la impotencia de no poder actuar en el medio físico porque ya no disponen de cuerpo para hacerlo, y por lo tanto el sentimiento de frustración y de angustia se multiplica exponencialmente. Además, comprueban que quitándose del medio no solucionan nada y los problemas no solo persisten, sino que se agravan.

En la obra “Reflexiones sobre Vida después de la Vida”, el afamado doctor en psiquiatría y filósofo norteamericano Raymond Moody habla sobre este asunto tras entrevistar a numerosas personas que sobrevivieron a un intento de suicidio. A continuación, extractamos brevemente sus comentarios:

Suelen manifestar que en el transcurso de su experiencia se dieron cuenta de que tienen un objetivo que cumplir en la vida. Vuelven con una actitud seria y entregada hacia la vida y el hecho de vivir. Ni uno solo de los individuos por mí entrevistados ha intentado repetir su experiencia”.

“Otro hombre que superó una aparente muerte clínica manifestó que mientras estuvo allí tuvo la impresión de que existía una “expiación” a pagar por el suicidio, y que parte de la misma sería contemplar el sufrimiento que éste causaría a los demás”.

“Otra persona mencionó sentirse “atrapada” por la situación que había provocado su intento de suicidio. Tenía la sensación de que el estado de cosas en que estaba involucrado antes de su “muerte” se repetía una y otra vez, como en un ciclo”.

Como podemos comprobar, no se trata de opiniones aisladas sino de evidencias que, por distintos medios forman un conjunto muy homogéneo, y que nos revela una realidad muy cruda que no podemos ignorar.

Por todo ello, resulta imperioso para nuestra salud mental y espiritual hacer hincapié en una educación en valores, una visión global que no se fije exclusivamente en los aspectos materiales (los que vemos), sino en aquellos que trascienden y que van más allá de la vida física, que es la vida espiritual del ser.

La doctrina espírita nos aclara como nadie esa realidad espiritual, enfocándonos en el futuro, relativizando los problemas cotidianos que a todos nos golpean pero que son transitorios, y comprendiendo que estamos viviendo una experiencia material para crecer como seres humanos, como espíritus inmortales que somos, y que venimos a desarrollar todas nuestras potencialidades. Por tanto, no nos dejemos arrastrar por el pesimismo ni por espirales tormentosas. Fortalezcamos nuestra fe en el porvenir y confiemos en el amparo de los seres queridos que desde el otro plano de la vida nos ayudan y sostienen.

Más concretamente, en la segunda parte, capítulo V, de la obra “El Cielo y el Infierno”, hay unas observaciones finales de Allan Kardec en relación al caso de El padre y el conscripto, que es la historia de un suicida, donde extractamos lo siguiente: “…En principio, el hombre no tiene el derecho de disponer de su vida, porque la vida le ha sido dada para que cumpla con sus deberes en la Tierra… El suicidio más severamente castigado es el que el hombre comete por desesperación, y para liberarse de las miserias de la vida, que son al mismo tiempo pruebas y expiaciones. Huir de ellas significa retroceder ante la tarea que había sido aceptada y, en ocasiones, ante la misión que debía cumplir”.

Por todo ello, la confianza en el porvenir, y que estamos bajo el amparo todopoderoso de un Creador que cuida a sus criaturas, debería de ser suficiente para soportar todos los golpes que la vida nos pueda reservar. No hay nada que se le escape a esa potencia Creadora, somos sus hijos, y como buen padre vela por todos nosotros.

No nos engañemos, de nuestra vida solo puede disponer Dios.

Finalmente, no podemos olvidar que tenemos la inmensidad del infinito ante nosotros, con una riqueza que se nos muestra a cada instante para estudiarla, comprenderla y disfrutarla. Salgamos, por tanto, del estrecho círculo que nos envuelven nuestros sentidos corporales y miremos más allá de nuestros limitados ojos, confiando en un mañana mucho mejor.

Redacción Hogar Fraterno.

© Copyright 2023 Hogar Fraterno.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *