La envidia es la pasión más execrable
que puede alimentar el pensamiento;
ella es nuestra enemiga inexorable,
la que nos envenena con su aliento.
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Cuando nacemos mece nuestra cuna,
turba después los juegos de la infancia,
y de la juventud sin duda alguna
disipa de sus flores la fragancia.
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Torpe reptil que sobre el mundo arroja
virus fatal, ponzoña maldecida;
la que nos va manchando hoja por hoja
las páginas del libro de la vida.
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Por ella se comete el homicidio,
por ella la calumnia nos persigue;
por ella busca el hombre en el suicidio
consuelo a su dolor, que no consigue.
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En el lenguaje humano no hallo frase
que pinte bien lo que la envidia encierra;
solo puedo decir que ella es la base
del exterminio y de la infausta guerra.
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Delito capital que nos abruma,
que nos impele al fondo del abismo,
que multiplica la terrible suma
de la cuenta fatal del egoísmo.
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Por desgracia a este tósigo infalible
antídoto no hallaron todavía;
pero como no existe el imposible
para el que hizo la luz y la armonía.
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Le dio a cada mortal un claro espejo
con juez incorruptible en su sentencia;
un mentor que jamás niega un consejo,
que el lenguaje vulgar llama conciencia.
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Pero viendo que el hombre no escuchaba
la misteriosa voz de su pasado,
y que de su destino murmuraba,
un ángel protector puso a su lado.
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El que nos cuenta nuestro ayer perdido
en comunicación ultra terrena;
y por ella el mortal ha comprendido
que cada uno se forma su colmena.
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Que en Dios no existe preferencia alguna,
pues no hizo reyes ni profundos sabios;
Él nos creó sin distinción ninguna;
privilegios en Él fueran agravios.
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Nos dio para elegir libre albedrío,
por esfera de acción tiempo y espacio;
todos pueden decir: –El orbe es mío,
y tengo el infinito por palacio.
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Ninguno es más que yo, ni yo más que otro,
todo es cuestión de tiempo y de trabajo:
Que derribado de la envidia el potro
ya no nos hiere su constante tajo.
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¡Bello es vivir si al declinar la tarde
nos dice un eco que en los bosques zumba!:
“El sacro fuego que en tu mente arde
irradiará mañana en ultra tumba”.
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¡Atrás, envidia, con tu negro manto!…
Ya no nos hieren tus punzantes flechas,
que el hombre ha comprendido en su adelanto
que en la vida no hay más, que espacio y fechas.
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¡Espiritismo! ¡Antídoto supremo!…
Tu razón la victoria ha conseguido;
por ti el hombre dejó de ser blasfemo
pues conoció el progreso indefinido.
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(Madrid) – Amalia Domingo Soler.
(Publicado en la Revista Espiritista. Periódico de Estudios Psicológicos de Barcelona. Nº5. Mayo de 1875).