Jesús Vino
«Sino que se despojó de sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres.» – Pablo. (Filipenses 2: 7)
Muchos discípulos hablan de extremas dificultades para establecer buenas obras en los servicios de confraternización evangélica, alegando el infeliz estado de ignorancia en que se complace un inmenso porcentaje de criaturas de la Tierra.
Entretanto, tales reclamaciones no son justas.
Para ejecutar su divina misión de amor, Jesús no contó con la colaboración inmediata de espíritus perfeccionados y comprensivos, «sino que se despojó de sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres«.
No podíamos alcanzar al Salvador en su posición sublime; sin embargo, el Maestro vino hasta nosotros, apagando temporalmente su aureola de luz, a fin de beneficiarnos sin trazos de sensacionalismo.
El ejemplo de Jesús, en ese particular, representa una lección demasiado profunda.
Que nadie alegue conquistas intelectuales o sentimentales como razón para desentenderse con sus hermanos de la Tierra.
Ninguno de los hombres que pasaron por el mundo alcanzó la elevación del Cristo. No obstante, lo vemos a la mesa con los pecadores, dirigiéndose fraternalmente a las prostitutas, y dando su último testimonio entre los ladrones.
Si tu prójimo no puede elevarse al plano espiritual en que te encuentras, puedes ir a su encuentro para el buen servicio de la fraternidad y de la iluminación, sin ostentaciones que ofendan su inferioridad.
Recuerda el ejemplo del Divino Maestro.
Para venir hacia nosotros, se despojó de sí mismo, entró en el mundo como un hijo sin cuna, y terminó su glorioso trabajo como un siervo crucificado.
(Extraído de la obra: “Camino, Verdad y Vida”. Capítulo 8. Por el espíritu de Emmanuel; psicografía de Francisco Cándido Xavier).