No nos cansaremos nunca de repetirlo: creemos que el Espiritismo racionalista es la escuela más adelantada de nuestros días; pero como no hay rosas sin espinas, el fanatismo, el formulismo y malhadadas preocupaciones, convierten en algunas localidades, nuestra hermosa y racional doctrina en una farsa ridícula; y por lo mismo que amamos el progreso, por lo muchísimo que deseamos el adelanto y el engrandecimiento del Espiritismo, ponemos el dedo en la llaga: denunciamos el hecho y reclamamos el correctivo.
Los pequeños grupos pueden ser muy útiles si están bien dirigidos, pero inútiles y lo peor es, perjudiciales si no tienen una dirección acertada. En esas pequeñas reuniones se ocupan principalmente de hacer caridad a los espíritus extraviados. Pero esa caridad si no reúne a la buena intención la razonada práctica, es perder un tiempo precioso, y se aprovecharía mucho mejor leyendo y comentando un capítulo de las obras de Allan Kardec; en particular El Cielo y el Infierno y El Libro de los Médiums.
Y no se nos diga que muchos de los asistentes carecen de instrucción, porque las obras de Kardec se hallan escritas de un modo que están al alcance de todas las inteligencias, por limitadas que algunas sean; y ¡Cuánto más provechoso sería que se leyera y se comentara una buena comunicación de las muchas que se encuentran en dichos libros, que no emplear un procedimiento que nunca dará satisfactorios resultados! Al menos si estas prácticas estuviesen bien dirigidas… pero obedeciendo a la rutina, a la costumbre, al formulismo, no es más que una ceremonia que no eleva al Espíritu.
En todo nos gusta la lógica, y encontramos imposible que un Espíritu pueda ver la luz con sólo rezar un padre nuestro. La idea de los grupos ya es buena, muy buena, no puede ser mejor, pero el resultado no puede corresponder a tan benéfica intención; porque en la Creación todo tiene sus leyes inmutables; y un Espíritu extraviado, perdido en la sombra, no puede en veinte segundos ver la luz con sólo rezar una oración que no corresponde.
No nos extrañamos de que viendo semejantes sesiones los incrédulos se sonrían, porque éstas no inspiran ningún respeto. A nuestro modo de ver, los espíritus ligeros hacen su agosto en las reuniones: mortifican a los médiums cuanto se les antoja, sostienen diálogos insustanciales y terminan mintiendo, diciendo que han rezado y que han visto la luz; y el Espiritismo es más grande que todo eso; y el progreso eterno de la vida, el mejoramiento del Espíritu merece más interés y más atención de los hombres entendidos y razonables. No se nos vengan diciendo: el pueblo es tan ignorante que no se le puede hacer comprender la verdad; pues los ignorantes son los que necesitan maestros; los enfermos son los que reclaman el auxilio de los médicos, y médicos del alma deben ser todos los hombres que por sus especiales conocimientos puedan dirigir los pasos de la atrasada humanidad.
El Espiritismo tiene buenos apóstoles, pero dispersos; y es indispensable que se reúnan, que se organicen, que recuerden que la unión hace la fuerza, y la fuerza bien organizada es el motor eterno de la vida.
Fórmese un Centro sí, porque hay hombres que valen mucho y podrán dignamente dirigirlo; y existen los elementos necesarios, médiums videntes, parlantes, y con los estudios se desarrollan los escribientes; y hágase la caridad a los espíritus instruyéndoles con buenas lecturas, como son los libros de Kardec; trabájese, en fin, porque el trabajo es la vida; pero trabájese con orden, con método, con talento, con verdadero conocimiento de causa. ¿En qué cosa mayor pueden los espiritistas ocupar el tiempo, que en difundir la luz de la verdad?
¡Hermanos queridos! Trabajemos todos, lleve cada cual su grano de arena, levantemos la fábrica grandiosa de la regeneración universal.
¡Tengamos fe! Trabajemos con esperanza, no seamos impacientes, no queramos recoger el fruto sin cultivar la tierra; es necesario trabajar mucho, ¡Pero mucho!
Contemplemos los niños, veamos cuanto tiempo emplean para aprender los primeros rudimentos de la instrucción; pues niños son también los hombres ignorantes, y debemos tener paciencia para enseñarlos: es nuestra obligación, es nuestro deber, es nuestro progreso.
Trabajemos, luchemos; difundamos la luz del Evangelio, porque la luz de la verdad, es la luz de la vida.
Amalia Domingo Soler
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Extraído de la obra La Luz de la Verdad; Capítulo V; El Espiritismo Racionalista. Distribuida por el Centro Espírita “La Luz del Camino” de Orihuela (Alicante).
Para reflexionar y poner en práctica, gracias por compartir