El Espiritismo es la moral
Es esencialmente moralizadora la doctrina espiritista. Sus efectos progresivos sobre las almas que se le asimilan pueden notarse por todas partes. Son indiscutibles y prácticos como lógica y práctica es la ciencia que los produce.
El Espiritismo es el Evangelio de Jesús llevado a todas las esferas de la vida humana, es el yugo de la humanidad, de la mansedumbre, y de la caridad del Maestro impuesto a sus discípulos, es el “Amaos unos a otros” rigiendo los destinos de la Tierra y transformándola, de mundo de prueba y de expiación que era, en un edén.
Con la práctica espiritista, se afirma en las conciencias la Ley del Amor, el “No hagas a otro lo que no quieras para ti”, y se desarraiga de ellas el aterrador egoísmo humano que es la causa, la culpa de nuestros males.
Es la ley moral por excelencia impuesta a una humanidad niña y turbulenta, que aún no ha podido sentir después de 19 siglos, los efluvios de amor desprendidos del Evangelio de Jesús.
Con absoluta claridad, el Espiritismo demuestra al hombre el porqué de su vida material, la existencia del Legislador Supremo y de la ley inmutable que lo rige todo, lo físico como lo moral; le hace llegar a una superior concepción de Dios que le obliga a dar al Excelso Creador, el nombre de Padre y a todos los seres creados, el de hermanos.
El alma por su naturaleza esencial divina, está hambrienta de belleza, de bien y sedienta de felicidad. Aún en medio de sus mayores extravíos, siempre existe en ella ese germen que ha de desarrollarse, con sus esfuerzos llenando así sus más altas aspiraciones.
Al combatir el Espiritismo sus tendencias egoístas, al hacerle comprender que la felicidad de uno estriba precisamente en la de todos, y que es tal el estado forzoso de solidaridad entre los seres que habitan nuestro mundo, que es imposible la felicidad del individuo sin que esté basada en la de la colectividad, destruye el egoísmo humano y abre el corazón del hombre a los más nobles sentimientos. También destruye su orgullo al hacerle palpable la pluralidad de existencias en las que viene el alma orgullosa a desprenderse de su altivez y de su soberbia, en vidas laboriosas y modestas.
La seguridad de tener que volver a la Tierra en condiciones humildes obliga al rico soberbio a pensar, a meditar y a luchar contra esos defectos suyos, que por constituir hoy un castigo para los demás hombres que con él se relacionan, le obligarán mañana a sufrir el mismo castigo.
El Espiritismo es un destructor poderosísimo de esos dos culpables de todos los males terrenos; el egoísmo y el orgullo.
Con absoluta claridad, el Espiritismo demuestra al hombre el porqué de su vida material, la existencia del Legislador Supremo y de la ley inmutable que lo rige todo, lo físico como lo moral; le hace llegar a una superior concepción de Dios que le obliga a dar al Excelso Creador, el nombre de Padre y a todos los seres creados, el de hermanos.
Por eso, precisamente, se puede afirmar que el Espiritismo es la Moral puesto que tiende a destruir, y lo va consiguiendo, las grandes causas de la inmoralidad humana en todas sus manifestaciones, y al afirmar la Paternidad Universal de Dios, demostrando a los hombres que todos son hermanos, confirma las grandes verdades evangélicas y obliga a la práctica del amor entre todos.
Si los ojos humanos no estuviesen cerrados o por la ignorancia del fanatismo o por la malicia, verían la obra grandiosa que está realizando la moral espiritista en los corazones en los que ha penetrado. Verían cómo está produciendo un movimiento progresivo admirable en las almas convencidas, haciendo corregir a muchos seres humanos, hábitos y costumbres inveterados, vicios que parecían imposible de arrancar de ciertos corazones; serían testigos de los esfuerzos sobrehumanos que hacen muchos seres para transformarse, para conseguir para hoy algo más de elevación moral que ayer, y mayor grado de virtud mañana que hoy.
No hay que pedir a la humanidad lo que no puede dar.
… El Espiritismo no ha podido hacer santos a los hombres en 50 años (*), puesto que el Espíritu humano está sometido a una ley progresiva de efectos lentos y paulatinos, que le hacen necesaria la repetición secular de los hechos, buenos para anular los efectos de los malos y arrancar de sí hasta los gérmenes de los actos reprobables e inicuos. Pero aun así, si quieren fijarse con imparcialidad en los efectos producidos por esa moral grandiosa que es el Evangelio en acción, habrán de reconocer todos, hasta los más ardientes detractores de nuestra sublime ciencia, de nuestro amado Ideal, que en los seres que van asimilándose las verdades espiritistas se ve un continuo esfuerzo sobre ellos mismos para transformarse y regenerarse, se ve un ardiente deseo de hacer participar a todos, del inmenso bien que ha llegado a su razón, a su vista espiritual.
El efecto producido sobre el alma por la moral espírita es ese; le impulsa a ser continuamente mejor, a no desperdiciar un instante de su existencia que debe emplear toda en el mejoramiento propio y en el de los demás, puesto que sabe que no hay dicha posible para ella, sino en la contemplación de la felicidad de los demás; y que no llegarán los hombres a esa felicidad común sino por el camino recto del amor y del bien, de la ciencia y de la virtud que conducen indefectiblemente a Dios, al Padre de todos.
(*) La época en que Amalia escribió este artículo.
Extracto del artículo: “El Espiritismo es la moral”. Capítulo IV; de la obra LA LUZ QUE NOS GUÍA. Distribuida por el Centro Espírita “La Luz del Camino” de Orihuela (Alicante).