Cristo Y El Espiritismo

CRISTO Y EL ESPIRITISMO

Cardiff 6 de diciembre de 1873. (1)

En el período histórico de este planeta se destaca entre la humanidad una figura colosal, gigantesca, una personalidad arquetipo de la perfección humana, ante la cual inclinan la rodilla, hace diecinueve siglos, muchos millares de habitantes; hoy casi la mitad de la población del globo.

Un humilde pesebre fue su cuna, su lecho mortuorio una cruz en la que espiró enclavado. Durante su peregrinación en el mundo, predicó la más pura moral; y su vida toda, estuvo siempre en armonía con su sublime predicación.

No se presentó como hombre de ciencia, fue mucho más elevado su papel, legislando sobre los problemas morales, y estableciendo verdades eternas relativas a la vida y porvenir del espíritu. Enunció teoremas, dejando a los tiempos el desarrollo y corolarios de los mismos. No pudo decirlo todo, porque no le hubiera podido comprender entonces la humanidad. Él era el camino, la verdad y la vida.

Los profetas habían anunciado su aparición. Daniel señaló con precisión matemática el día de su nacimiento; David lo presintió en sus Salmos; Isaías había señalado hasta los incidentes de su vida; Salomón vertió algunos de sus conceptos en los Proverbios, y Virgilio, aquel sensitivo de la poesía del Lacio, tuvo también intuición de su nacimiento.

La humanidad entera le aguardaba. Era una necesidad moral su aparición en este mundo.

La adoración a Dios en espíritu y verdad, el amor al prójimo como a nosotros mismos, el perdón de las ofensas, la paciencia y resignación en las pruebas y adversidades de la vida. En una palabra, la espiritualización de esta humanidad, esta fue la religión que predicó. Religión pura, sin ritos, ceremonias, fórmulas exteriores, sacrificios ni sacramentos; religión basada en el cumplimiento de la ley de Dios, que el Espíritu Creador había dado a Moisés para su promulgación en el Sinaí, y de cuyo cumplimiento se habían apartado los hombres.

Pero con el andar de los tiempos, los discípulos de Jesús de Nazareth se han ido dividiendo en sectas sobre cuestiones mal llamadas de fe, y por una pendiente fatal, han caído en los mismísimos errores que el Cristo vino a destruir. Encerradas las sectas cristianas en el exclusivismo de sus dogmas, se lanzan anatemas unas a otras, pretendiendo cada cual tener exclusivamente las llaves del reino de Dios, y ¡oh absurdo y pequeñez humana! Por esa misma pendiente se ha llegado hasta la Inquisición y a la noche de San Bartolomé.

Seria empresa superior a las fuerzas humanas, dar al cristianismo su primitiva sencillez y pureza, en este período de anarquía y confusión filosófica que atraviesa la humanidad, si una luz del cielo, una nueva revelación confirmatoria de las anteriores, no viniera en apoyo de los que tal pretenden. Y la Providencia, en su bondad infinita, permite que los Espíritus puedan comunicarse con esta humanidad para recordar y ampliar todo lo que dijo el Cristo; ese sublime Espíritu enviado en misión al planeta para la regeneración del mismo.

Los Espíritus, pues, no vienen a establecer ni una moral ni una religión nuevas, como falsamente propalan los que no conocen el Espiritismo, o aquellos que, con intención aviesa y torcida, pretenden desnaturalizarlo por completo para desviar de él a esas almas timoratas, a esos espíritus débiles que no se permiten pensar por su cuenta, y que abdican, o por lo menos delegan de su razón y su conciencia ante otra razón y otra conciencia.

Los Espíritus, al comunicarse con los hombres, desde la erraticidad gloriosa o doliente en que se hallan —pues esto depende única y exclusivamente de su estado— los Espíritus, decimos repetidamente, nos manifiestan que no son las cuestiones de dogmas ni de fe las que proporcionan la paz del alma, sino el cumplimiento de las leyes morales que están en la conciencia universal. Importa poco la forma o adoración del culto, pues Dios no es como los hombres, que se pagan de exterioridades. Dios, según dijo el Cristo en su elevada conciencia, es Espíritu, y sus verdaderos adoradores deben adorarle en Espíritu y en verdad.

Esta misma es la enseñanza que nos dan los seres que dejaron su envoltura corporal.

A devolver al cristianismo su primitivo esplendor viene hoy la nueva revelación; a reunir los hombres todos, en una misma creencia, haciendo caer por tierra las diferencias de sectas, nacionalidades, familias, castas y colores.

Para destruir los errores que de origen humano se han introducido en el cristianismo, permite hoy la Providencia, la portentosa comunicación medianímica que tiene lugar en todos los ámbitos del planeta.

Los Espíritus del Señor, que son las virtudes de los cielos, harán que bien pronto tengan su cumplimiento las palabras de Cristo, y que la humanidad toda, no forme más que un solo rebaño, con un solo pastor.

JOSÉ PALET Y VILLAVA.

(1) Se cumplen 150 años de la publicación de este artículo, y continúa su mensaje con todo el vigor y vigencia.

(Extraído del “Almanaque del Espiritismo para 1874”. Madrid 1873).

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