SERVIR ES MARCHAR
“Por lo tanto, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas.” (San Pablo. Hebreos, 12:12.)
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Si para conseguir el fruto sano, el alimento para el cuerpo, se precisa de un trabajo cuidadoso que no siempre es fácil; para el espíritu adquirir valores espirituales, imperecederos, aquellos que alimentan el alma, suponen un sacrificio continuo. No es para menos.
La buena voluntad es el primer paso, pero no es suficiente. Muchos obstáculos aparecen muy pronto para desbaratar la propuesta espiritual de crecimiento.
Pertenecemos todavía a un mundo inferior, de expiaciones y pruebas, y para nadie resulta fácil el desarrollo espiritual. Vivimos en un mar de distracciones, de impedimentos que consumen el tiempo, que nos alejan sutilmente del objetivo superior y con facilidad se pierde el norte. Pasa el tiempo, pasan los días y si no se está centrado en los objetivos, la tarea se convierte en algo insustancial y hasta anodina.
Emmanuel analiza el mensaje de San Pablo con una idea muy potente: La invasión de gusanos. Cuando el alimento no se conserva en un lugar limpio y desinfectado, con la debida vigilancia, y, peor aún, se deja pasar el tiempo sin que sea distribuido para su consumo, los parásitos, gusanos y roedores toman parte de la mercancía almacenada.
Así ocurre con la evolución espiritual; son los gusanos del aburrimiento, de la desmotivación, de la pérdida del sentido original de los ideales superiores, que tanto entusiasmo provocaban en un primer momento. Son los gusanos de las reclamaciones cuando las cosas no salen como se quiere… Más tarde llega el desánimo, la desmotivación; a partir de entonces se puede decir que esos parásitos ya han conseguido conquistar toda la mercancía, y esta se torna inservible; ya no puede alimentar a nadie. Se convierte en otra oportunidad perdida.
Sin embargo, si de esa circunstancia se consigue sobreponer a tiempo y con éxito, después vendrán otros desafíos para esa alma hambrienta de crecimiento, a través del servicio a sus semejantes…
La llama de la envidia y del despecho. Otros lo mirarán mal; son los ingratos, los intransigentes, aquellos que no aceptan a las personas que tienen un rumbo claro, un ideal que les motiva y les hace dichosos… Los envidiosos nunca pueden ser felices, y es por ello que aborrecen a quienes lo son. Estas situaciones provocan a quienes están en el camino espiritual, desengaños, disgustos, intranquilidad.
Las tormentas de la incomprensión. El servidor del Maestro no se encontrará cómodo; hay algunos que no están por la labor de comprender; solo reclaman, quieren salirse con la suya, con sus ideas y sus maneras de entender la vida espiritual; nunca están de acuerdo con el trabajo de los demás, incapaces de valorar el esfuerzo ajeno.
Los granizos de la maldad. La ignorancia y el desequilibrio llevan a muchos a actuar mal, a perjudicar a otros. La parte negativa los domina y se convierten en sus ejecutores; confunden sus mentes y les hacen ver la realidad de una manera distorsionada, deforme. Se creen en la necesidad de defenderse y atacan, provocando disturbios de diversa naturaleza.
Los detritos de la calumnia. Muchas veces sutil, disfrazado de críticas constructivas, también por la espalda. Acusaciones viles, que buscan desacreditar y poner en duda la buena voluntad del trabajador espírita, dejándolo en mal lugar delante de los otros.
La canícula de la responsabilidad. Una responsabilidad que exige mucho; y a veces exenta de descansos, de apoyos, de facilidades en el camino. Tienen que soportar y proseguir. “El que quiera seguirme que cargue con su cruz y me siga” dice el Maestro.
El frío de la indiferencia. El frío de la soledad y de encontrarse sin apoyos. Muchas veces, las personas que les rodean están sumergidas en sus asuntos y no están por la labor de apoyar a sus compañeros. No obstante, siguen adelante con fe y sin mirar a los lados.
La sequedad del desentendimiento. A veces se hacen reuniones para promover actividades, trabajos para el bien común. Son muchos los que se apuntan. Hay personas que aportan muchas ideas, tienen muchas iniciativas, pero luego, cuando llega el momento de la acción… siempre quedan los mismos, muy pocos… Los otros: unos olvidan muy pronto, otros les surgen compromisos impostergables, a otros les duele la cabeza…
La escoria de la ignorancia. La ignorancia puede hacer mucho daño, sobre todo, aquellos que creen que saben y quieren marcar directrices. La ignorancia unida al orgullo se convierte en un coctel muy nocivo. Entorpecen sin darse cuenta al progreso. Quieren siempre opinar y que sean tomados muy en cuenta sus opiniones. Su afán de protagonismo perjudica a los verdaderos trabajadores que construyen en silencio.
Las nubes de las preocupaciones. Hace falta más confianza en Dios. Él trabaja siempre a favor de sus servidores, sobre todo con aquellos que luchan y se esfuerzan cada día por ser mejores y hacer las cosas bien. Los trabajadores sinceros entienden la diferencia entre estar ocupados y la inutilidad de estar preocupados, puesto que esto último se puede convertir en una maraña que entorpece el camino y lo vuelve más difícil y pesado.
El polvo del desencanto. Las cosas casi siempre no son como se imaginan. Las pruebas de la vida forman parte de la esencia de la evolución. Además, ser espírita no es una ventaja, un privilegio. Somos como los demás, la diferencia está en la actitud ante la vida, en la lealtad a un compromiso, pase lo que pase, cueste lo que cueste.
La elevación requiere constancia, disciplina y sacrificio. No es un camino fácil, como acabamos de decir. Si lo fuera, no se repetirían experiencias y pruebas una y otra vez. Como dice Allan Kardec: Al verdadero espirita se le reconoce por los esfuerzos que realiza por controlar sus malas inclinaciones, por ser mañana mejor que hoy… La doctrina no pide ser perfectos y puros, porque eso sería una utopía que no correspondería con la realidad del ser. Tenemos las herramientas: la voluntad, la fe, la esperanza; los conocimientos producto del estudio y del análisis que nos ayudan a comprender mejor la realidad.
No abandonar ante la lucha si uno ya ha sido tocado en el corazón, y ha experimentado los climas superiores de la vida. (Emmanuel)
Hay que trabajar para que esa atmósfera benefactora se mantenga y perdure el máximo tiempo posible. La ayuda no va a faltar nunca.
Ante las dificultades, hay que anteponer las cualidades que cada uno posee y ponerlas al servicio del prójimo. Somos seres extraordinarios, únicos, inigualables. Dios nos creó con un mismo punto de partida, pero a lo largo de los siglos hemos tomado diferentes caminos que nos han desarrollado una riqueza interior que espera ser redescubierta y aprovechada. Es como la humilde semilla que cuando germina, saca su flor hermosa, inigualable; y esta, junto a otras, supone un ramillete de flores que forman una belleza sin igual.
Las palabras de Pablo han de estar presentes. No hay que detenerse en el camino, hay que avanzar siempre. Hay una luz que guía, que guía y nos espera, la luz del Maestro.
No ha de importar el cansancio, el trabajo arduo, los sinsabores, las incomodidades y los sacrificios; es el precio que hay que pagar para obtener lo mejor, la vida plena, sirviendo y al mismo tiempo caminando sin cesar en dirección al infinito; a la felicidad que nuestro Padre nos tiene reservada.
Redacción Hogar Fraterno.
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(1) Comentarios sobre el capítulo 52, de la obra: FUENTE VIVA. Titulado: Servir es marchar. Por el Espíritu de Emmanuel. Psicografía de Francisco Cándido Xavier.
Imagen de portada: sasint.