NO CONTAMINEMOS A LOS DEMÁS
“Cuídense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados”. San Pablo. (Hebreos, 12:15)
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En este texto, nos hablan de la preocupación que debemos tener por mantener una buena vibración espiritual, es decir, vivir en plenitud; “la gracia de Dios” según San Pablo, para no dejarse llevar y, en consecuencia, extender los males o preocupaciones hacia los demás.
Nos habla también de la necesidad de cautela, de vigilancia; lo cual nos hace recordar las palabras el Maestro Jesús cuando nos dice: “Observar, velad y orad…” de San Marcos 13:33.
En primer lugar, observar, que significa la buena observancia de los hechos que ocurren, tratando de ser objetivos en el análisis y no dejarse arrastrar por los prejuicios, las ideas preconcebidas. Al mismo tiempo, realizar una mirada hacia el interior, a la auto observación, lo que significa, comprobar cómo se siente uno en ese momento y porqué se siente de esa forma; esto como primer paso.
En segundo lugar y tras una atenta observación, evaluando los hechos con serenidad, pero con el mayor rigor posible, velar, es decir, estar atentos a los peligros que acechan para no volver a caer en los errores que ya se produjeron en el pasado, fruto de las tendencias, el carácter y personalidad todavía imperfecta, que requieren vigilancia persistente.
Y, por último, orar, orar con fe y fervor, pidiendo protección para estar preparados ante los desafíos que la vida pueda presentar, y, de ese modo, actuar bajo la inspiración de los Guías Espirituales.
No podemos olvidar tampoco que, por ley de afinidad, el semejante atrae al semejante; es decir, si los pensamientos son de amargura, queja, rebeldía, incomprensión, resentimiento, o cualquier otro de carácter negativo, vamos a atraer fuerzas que potenciarán dichos pensamientos y sentimientos; de esa manera, perjudicaremos el ambiente espiritual que nos rodea y a las personas que tienen una relación con nosotros.
– OBSERVAR, VELAR Y ORAR –
Si queremos evitar este tipo de situaciones perniciosas, además de observar, velar y orar, será imprescindible la renovación íntima que nos proporciona la Buena Nueva, es decir, el Evangelio redivivo, para oxigenar nuestro Espíritu con su mensaje renovador, de esperanza y consuelo; y al mismo tiempo, para que nos ayude a apartar los pensamientos pesados o pesimistas, fruto de los acontecimientos infelices de la vida, y que a todos nos afectan.
Asimismo, teniendo en cuenta lo frágiles que son todavía nuestros recursos morales, podemos caer fácilmente en las redes de los espíritus ociosos y perturbadores, que, a la menor oportunidad, aprovechan esas deficiencias para potenciar los aspectos negativos, y generar sufrimiento y frustración.
Por lo tanto, el recurso del Evangelio, es una herramienta poderosa que nos ayuda a la observación y vigilancia de nuestros pensamientos y acciones. Las enseñanzas del mensaje sublime de Jesús, son lecciones vivas que nos invitan a reflexiones edificantes y que se convierten también, en una revisión de nuestro interior para reequilibrarnos, aire fresco que nos renueva y nos predispone a distinguir mejor lo correcto de lo no correcto.
Por consiguiente, hemos de tomar conciencia de las repercusiones de nuestros actos y ser muy precavidos para no generar motivos de perturbación que hieran a los demás y a nuestra propia consciencia, vigilando nuestras tendencias y actitudes más o menos edificantes.
SER CUIDADOSOS CON LAS PALABRAS
También, siendo cuidadosos en la selección de las palabras para que sean las oportunas y adecuadas en cada momento y circunstancia, y de ese modo, evitar los malos entendidos, consecuencia de las banalidades con que nos podemos dejar llevar; y con el objetivo principal de buscar la paz interior y la tranquilidad de conciencia. De lo contrario, viviremos con amargura, afectando la autoestima y la confianza necesaria para desenvolverse en la vida con seguridad y alegría de vivir.
Muchas veces no somos conscientes de lo que podemos sembrar en los corazones y en las mentes de quienes nos rodean, sobre todo, de los seres queridos con quienes tenemos mayor confianza. En esos casos, nos podemos relajar en exceso, manifestando comentarios y comportamientos poco atentos y delicados, hasta el punto de provocar situaciones lamentables de variada índole, de consecuencias imprevisibles para las personas que queremos y apreciamos.
Somos también artífices de la resurrección de gestos lamentables que deberían estar muertos, o quizás heridas en fase de cicatrización que revivimos inútilmente; situaciones que pertenecen al pasado y que les damos nueva vida con nuestros comentarios infelices, recuerdos sesgados, sombríos, que no aportan nada constructivo, ni para nosotros ni para el prójimo; demostrando con esa actitud, que ponemos el foco en las situaciones negativas y no en las positivas; olvidando la edificación necesaria para un futuro mejor.
Debemos pues, dejar a un lado lo que suponen “las raíces de la amargura”, como son las ofensas, discordias o sinsabores; tratando de superarlas, para que su raíz amarga no se instale en nuestro interior, dificultando la capacidad de pensar, sentir y obrar justamente; y que esto pueda traer, en consecuencia, dificultades a nuestro entorno más cercano.
No es tarea sencilla, puesto que todos estamos sometidos a distintas pruebas en la vida: Por ejemplo, cuando soportamos alguna contrariedad económica o de tipo laboral, o cuando convivimos con personas con quienes tenemos conflictos de convivencia. En esos casos, el perdón, la tolerancia, la compasión, la generosidad, entre otras cualidades, pueden ayudar mucho como contrapeso, para aliviar dicha carga, convirtiéndola en un “yugo ligero”, como nos comenta el propio Jesús, cuando nos invita a seguirle incondicionalmente.
Sin duda, todos aspiramos a la felicidad y a la paz, pero para ello hemos de pagar un precio, que consiste en fomentar el amor y la renovación interior. No existe recompensa sin trabajo, y cuanto mayor es el objetivo a lograr, mayor debe de ser el esfuerzo para conquistarlo.
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