Las Ideas Nuevas – II

Las Ideas Nuevas – II

Estamos plenamente convencidos que no tenemos más que una buena y decidida voluntad, para propagar la idea salvadora que ha de proporcionarle al hombre resignación en las duras pruebas de la vida, y lógica esperanza para saludar con una sonrisa de gratitud a su indefinido porvenir, pero hemos dicho; querer es poder, y siempre que han llegado a nuestros oídos las calumnias de los impugnadores de la escuela espírita, siempre hemos escrito aconsejando a nuestros detractores, que lean las obras de Allan Kardec, que estudien la filosofía espiritista, que sometan a un detenido análisis sus razonados argumentos, y que no critiquen lo que no comprenden.

Este es nuestro propósito y nuestro deseo es despertar a los espiritistas sabios; hacerles comprender que no basta escribir obras científicas; que es necesario que sostengan polémicas con los hombres del ayer; que es preciso que las ideas de la luz pronuncien su credo en todos los parajes de la Tierra, para que la humanidad pueda escucharlo y repetirlo.

Es indispensable vulgarizar los grandes conocimientos para que el progreso pueda seguir su eterno viaje…

Decid vosotros que tanto sabéis, lo que vale esta escuela filosófica.

Decid que el racionalismo religioso lo han bautizado con el nombre de Espiritismo.

Decid que la luz de la razón irradia en los horizontes del porvenir.

¡Hombres de talento que sabéis la verdad del Espiritismo! ¡Trabajad! ¡Instruid! Que es obra de misericordia enseñar al que no sabe.

Vosotros, que con vuestras miradas estudiosas penetráis en los mundos del espacio: decidles, probadles a los hombres de la Tierra que el progreso del alma es infinito.

Todos los espíritus tienen un mismo punto de partida, todos son creados simples e ignorantes con igual aptitud para progresar mediante su actividad individual, todos han de alcanzar el grado de perfección compatible con la criatura por sus esfuerzos personales; siendo todos hijos de un mismo padre, son objeto de igual cariño; no hay ninguno más favorecido o mejor dotado que los otros, ni dispensado del trabajo impuesto a los demás para lograr su objeto.

Al mismo tiempo que Dios ha creado mundos materiales de toda eternidad, ha creado de toda eternidad también seres espirituales, sin lo cual los mundos materiales no hubiesen tenido objeto. Se concebirían mejor los seres espirituales sin los mundos materiales, que éstos sin aquellos. Son los mundos materiales los que deben suministrar a los seres espirituales elementos de actividad para el desarrollo de su inteligencia.

El progreso es la condición normal de los seres espirituales y la perfección relativa al objeto que deben alcanzar; más habiendo creado Dios de toda eternidad y creando sin cesar espíritus, de toda eternidad también los ha de haber que hayan alcanzado el punto culminante de la escala.

 Antes que la Tierra fuese, unos mundos habían sucedido a otros mundos, y cuando la Tierra salió del caos de los elementos, el espacio estaba poblado de seres espirituales en todos los grados de adelantamiento, desde los que nacen a la vida, hasta los que de toda eternidad habían llegado a la categoría de espíritus puros, vulgarmente llamados ángeles.

Ahora preguntamos nosotros a las personas sensatas:

¿Qué “monstruosidad” encierran las líneas anteriores?

¿Dónde está esa eternidad espantosa?

¿En el progreso indefinido del Espíritu?

¿En esa vida infinita susceptible de todos los adelantos, y de todas las perfecciones?

¿Qué eleva más al Espíritu?

¿La creencia en una fatalidad implacable, o en una causalidad, inconsciente, o la certeza de que ha sido creado para ser un sacerdote del progreso?

Las criaturas que nacen en una cárcel, o en un hospital, que pasan su infancia en un asilo, la juventud en el pillaje, la edad madura en un presidio, y la vejez pidiendo una limosna, ¿Qué idea se formarán de Dios, no teniendo la más leve noción de la eternidad?

Si crean en su mente ese fantasma será para imprecarle, porque tiene derecho para decir:

¡Antes de nacer qué crimen cometí! ¡Para venir a ver la luz entre leprosos o entre criminales!

En cambio, conociendo la “monstruosidad” del Espiritismo, se sabe muy bien que en Dios no hay injusticia, que somos, lo que hemos querido ser.

Esto a muchos seres nos mortifica muchísimo, de una manera extraordinaria, y es sin duda el mayor tormento que tiene el hombre.

¡Oh! Es horrible llegar a conocerse uno a sí mismo, porque siempre tratamos de decir:

-Me indujeron.

-Me aconsejaron.

-Me dominó la pasión.

Con el Espiritismo no hay subterfugios que valgan. Uno se ve tal cual es; y no hay nada más triste que contemplarse uno a sí mismo. Esa humillación íntima es el infierno del hombre.

Hay algunas personas (las menos, desgraciadamente), cuya existencia, tranquila, deslizada en el estricto cumplimiento de sus deberes, como por ejemplo la mujer que se casa joven y consagra su vida a su marido y a sus hijos y crea una familia virtuosa, para esa mujer que no ha salido del santuario del hogar doméstico, no puede repugnarle su presente, ni asustarle su porvenir y debe sonreír ante su pasado, si recuerda las sabias palabras de San Agustín: “A cada uno según sus obras” …

Amalia Domingo Soler

(Extraído del-Prefacio- de la obra La Luz del Espíritu, de Amalia Domingo Soler).

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