REFLEXIONES SOBRE LA FAMILIA Y EL MATRIMONIO, a la luz de la Doctrina Espírita.
“… En el hombre hay algo más que necesidades físicas: existe la necesidad del progreso. Los vínculos sociales son necesarios al progreso y los lazos de familia estrechan esos vínculos sociales. He aquí por qué los lazos familiares constituyen una ley de la Naturaleza. Dios ha querido que los hombres aprendieran así a amarse como hermanos. (Libro de los Espíritus. Pregunta 774).
Pregunta 775. ¿Cuál sería para la sociedad el resultado de la relajación de los lazos familiares?
Respuesta: Un recrudecimiento del egoísmo.
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Como nos indica la doctrina espírita de forma categórica: “los lazos familiares constituyen una ley de la naturaleza”. Es decir, forman parte del proceso natural de crecimiento espiritual, con el objetivo de establecer una convivencia armónica entre todos los seres humanos, y que se traduzca en solidaridad, fraternidad, caridad… O, dicho de otro modo, los lazos familiares deben de ser el punto de partida del amor universal que debe de reinar en todas partes. Fuimos creados iguales, con un mismo punto de partida, y estamos vinculados unos a otros, caminando en dirección a esa gran comunión de amor, como nos indican las grandes verdades insculpidas en nuestra conciencia, y que nos dicen: “todos somos hermanos”, y “formamos parte de una gran familia universal, con un único Padre que es Dios”.
La familia es la célula mater del organismo social donde se desarrollan los sentimientos, la inteligencia, y el espíritu despierta para las realizaciones superiores de la vida. Por eso, toda vez que la familia se desestructura la sociedad tambalea, la cultura degenera, la civilización se corrompe… (Prefacio. SOS Familia) [1].
En el pasado formaba parte del ideario juvenil la formación de un hogar, desde el momento en que se alcanzaba una mayoría de edad suficiente y los medios imprescindibles para poder desenvolverse ante la sociedad de forma autónoma. Hoy día, cubiertas las necesidades que colman los sentidos, se observa la creación de una familia como algo secundario, una atadura prescindible. Por lo general, las aspiraciones de un sector importante de la juventud se centran, además de en lo puramente académico y profesional, en otros objetivos más inmediatistas y placenteros.

A lo largo de estos últimos años, los usos y costumbres han variado extraordinariamente. En un intento por distanciarse de los convencionalismos religiosos, de las ideas consideradas caducas, extemporáneas; nos hemos ido al otro extremo; lo que, a grandes rasgos, supone rechazar el compromiso conyugal, como algo que ata y aprisiona la libertad individual, y que, además, puede convertirse en una empresa fallida, como indican los altos índices de divorcios y separaciones en los países del denominado primer mundo. En líneas generales, el miedo al fracaso impulsa a muchas personas a buscar relaciones sin compromiso; con todos los derechos, pero sin ninguna obligación.
Sin duda, la falta de una orientación espiritual, de una educación en valores que aporten solidez y claridad, nos llevan a un estado de inmadurez e inestabilidad que en muchos casos perduran durante años en la vida de muchas personas. Relaciones inestables, esporádicas, separaciones y divorcios al poco tiempo de unirse, muchas veces de forma poco amistosa, generando sufrimiento y desasosiego cuando debería reinar la amistad, la generosidad y la comprensión.
El matrimonio surgió como una necesidad de evitar la poligamia, la corrupción sexual, la variación de parejas, haciendo que el individuo se vincule con otro incluso cuando el amor este presente, exigiendo el respeto de los cónyuges. (Entrevista a Divaldo. SOS Familia).

El compromiso de pareja que supone el matrimonio no es una mera tradición social o religiosa, es una verdadera necesidad, propia de sociedades avanzadas y maduras. Sería una imposición social de algún poder establecido si se tratara de algo falso o artificial, pero no es el caso, todo lo contrario.
Al mismo tiempo, existen corrientes ideológicas interesadas en generar división, en debilitar a la institución familiar, porque saben que, si destruyen a la familia o la confunden, será más fácil manipular y alcanzar sus objetivos de dominio global… No lo van a conseguir, por mucho ruido que hagan, puesto que forma parte de “una ley de la naturaleza, la ley de Amor”, y contra natura no se puede ir.
Tampoco podemos olvidar que, el compromiso conyugal, a quienes beneficia principalmente es a la propia pareja, porque si logran estrechar los lazos de verdadero cariño, el hogar se convertirá en un reducto de paz y de estabilidad emocional, que les va a facilitar el afrontar las dificultades de la vida con fortaleza y unión.
Los aficionados de la revolución destructora, afirman que, entre las instituciones que, para ellos, se presentan sobrepasados, destacan el matrimonio y la familia, proponiendo la promiscuidad sexual, que disfrazan con el nombre de “amor libre”, y la independencia del joven, inmaduro e inconsecuente, bajo la justificativa de libertad personal, que no puede ser asfixiada bajo los impositivos del orden, de la disciplina, de la educación… (Capítulo 3. SOS Familia).
Para muchos, hablar de matrimonio y familia, es como retrotraerse a otra época ya superada. La modernidad, según ellos, demanda libertad total, sin apegos; como si el amor en pareja, por lo general, fuese algo efímero que tiene fecha de caducidad, y que inevitablemente, más pronto o más tarde llegará. Según esta corriente de pensamiento, hay que aprovechar el tirón de una relación nueva, hay que disfrutarla al máximo porque más pronto o más tarde llegarán las dificultades o el cansancio “natural”, propio del “desgaste inevitable” que el tiempo deja de manifiesto.
No negamos el divorcio o la separación como medida necesaria en los casos en que la convivencia resulta más perjudicial que beneficiosa; sin embargo, no podemos olvidar por ello el papel tan importante que representa para la sociedad el matrimonio y la familia.
Para ir concluyendo decir que las leyes de Dios son sabias e inmutables, no obstante, nos dejan el libre albedrío para decidir nuestros caminos; pero de la misma forma que la ley de consecuencias actúa sobre cada uno de nosotros y termina por reeducarnos y colocarnos en el camino correcto, a nivel global, ocurre exactamente lo mismo.
Es mejor avanzar con las velas de nuestro barco orientadas en el sentido del viento; podemos luchar por ir contracorriente, pero más pronto o más tarde, la tendencia al reequilibrio se impondrá. Es cuestión de tiempo.
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[1] Libro: SOS Familia. Autores: Joanna de Ângelis y Espíritus diversos. Psicografía de Divaldo Pereira Franco.
Imagen portada: chilla70