Anécdota de Gabriel Delanne
«Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán«. Hechos de los Apóstoles, II: 17. (1)
El señor Delanne (Alexandre), a quien muchos de nuestros lectores ya conocen, tiene un hijo de ocho años. Ese niño escucha en todo momento que su familia habla de espiritismo, y a menudo asiste a las sesiones dirigidas por su padre y su madre(*), de modo que fue iniciado en la doctrina desde muy temprano, y es sorprendente la precisión con la que en ocasiones razona sus principios. Eso no tiene nada de asombroso, pues no es más que el eco de las ideas con las que ese niño fue acunado; por otra parte, no constituye el objetivo de este artículo, sino apenas una introducción al hecho que vamos a relatar, y que tiene su razón de ser en las actuales circunstancias.
Las reuniones del señor Delanne son serias, graves, y se llevan a cabo en perfecto orden, como debe ocurrir en todas las reuniones con las que se pretende obtener buenos resultados.
Si bien predominan las comunicaciones escritas, también se ocupan, accesoriamente y a fin de obtener instrucciones complementarias, de las manifestaciones físicas y tiptológicas, pero a modo de enseñanza y nunca como objeto de curiosidad.
Dirigidas con método y recogimiento, y siempre sobre la base de explicaciones teóricas, esas sesiones reúnen las condiciones requeridas para promover la convicción a través de las impresiones que causan. En tales condiciones, las manifestaciones físicas son realmente útiles, pues llegan al alma e imponen silencio al escarnio. Los asistentes se sienten en presencia de un fenómeno cuya profundidad logran entrever, y que los aleja incluso de cualquier sospecha de broma. Si ese tipo de manifestaciones, de las que tanto se abusa, se presentaran siempre de este modo, y no como entretenimiento y pretexto para preguntas fútiles, la crítica no las habría tachado de malabarismo. Lamentablemente, muy a menudo se prestan a eso.
El hijo del señor Delanne participa con frecuencia de esas manifestaciones, e influenciado por el buen ejemplo, las considera un asunto serio.
Cierto día, se encontraba en casa de un conocido, jugando en el patio con su prima de cinco años, más un niño de siete años y otro de cuatro. Una vecina, que vivía en la planta baja, los invitó a su casa y les convidó a golosinas. Los niños, como es de suponer, no se hicieron rogar.
La vecina le dijo al hijo del señor Delanne:
—Niño, ¿cómo te llamas?
—Me llamo Gabriel, señora.
—¿A qué se dedica tu padre?
—Mi padre es espírita.
—No conozco esa profesión.
—Pero, señora, no es una profesión. Mi padre no recibe un pago por eso; lo hace con desinterés y para hacer el bien a las personas.
—Muchachito, no entiendo lo que quieres decirme.
—¡Cómo! ¿Nunca oísteis hablar de las mesas giratorias?
—Pues bien, amiguito, me gustaría que tu padre estuviera aquí para hacerlas girar.
—No hace falta, señora, pues yo mismo puedo hacerlo.
—Entonces, ¿puedes hacer el intento, para que yo vea cómo se procede?
—Con todo gusto, señora.
Dicho esto, el niño se sentó junto a un velador, pidió a sus tres amiguitos que hicieran lo mismo, y los cuatro apoyaron seriamente sus manos sobre la mesita. Gabriel hizo una evocación con un tono muy serio, pleno de recogimiento, y tan pronto como concluyó, para gran sorpresa de aquella señora y de los niños, el velador se elevó y dio un fuerte golpe.
—Preguntad, señora –dijo Gabriel–, para saber quién vino a responderos a través de la mesa.
La vecina hizo la pregunta, y la mesa deletreó las palabras: tu padre. Esa señora quedó pálida de la emoción, y continuó:
—Entonces, padre mío, ¿puedes decirme si debo despachar la carta que acabo de escribir?
La mesa respondió: Sí, sin demora.
—Para demostrarme que eres tú, padre querido, el que está aquí, ¿puedes decirme cuántos años hace que falleciste?
De inmediato, la mesa dio ocho golpes bien acentuados.
Era la cantidad exacta de años.
—¿Podrías decirme tu nombre y el de la ciudad donde falleciste?
La mesa deletreó los dos nombres.
Las lágrimas brotaron de los ojos de esa señora, que no pudo continuar, presa de la emoción y anonadada ante semejante revelación.
No cabe duda de que este hecho desafía toda sospecha respecto de la preparación del instrumento, así como de una idea preconcebida y de charlatanismo. Ya no es posible atribuir al azar los dos nombres deletreados. Dudamos mucho de que esa señora hubiera recibido una impresión semejante en una de las sesiones de los señores Davenport, o en cualquier otra del mismo tipo. Por otra parte, no es la primera vez que la mediumnidad se revela en los niños, en la intimidad de las familias. ¿No es acaso la realización de estas palabras proféticas: Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán? (Hechos de los Apóstoles, II: 17.)
Allan Kardec
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(1) Anécdota de Gabriel Delanne. «Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán«. Extraído de la Revista Espirita. Octubre de 1865. Año 8. Número 10.
(*) Hemos de recordar que, no es conveniente que los niños participen en las reuniones mediúmnicas. En el caso de Gabriel Delanne, fue una de las poquísimas excepciones, dadas sus circunstancias personales, familiares y, de una época en que proliferaban este tipo de fenómenos mediúmnicos de efectos físicos. (La redacción).
Imagen de portada: Mesas parlantes y Gabriel Delanne.